«Una historia de alcance universal, pero con unas connotaciones muy particulares en la Inglaterra de 1819 […] demasiado teatral en determinados momentos, con escasos diálogos de enjundia y muchos monólogos.»

Formato: Película
Año: 2018
Director: Mike Leigh
Reparto: Rory Kinnear, Maxine Peake, David Bamber, Marion Bailey, Kieran O’Brien, Adam Long, Tim McInnerny, Leo Bill, Nico Mirallegro
País: Reino Unido
Duración: 154 min
Género: Drama
Época histórica: Siglo XIX
Puntuación: ★★☆☆☆ (Regular)
Sinopsis
Inglaterra, 1819. En la plaza de St. Peter de la ciudad de Manchester, tiene lugar uno de los episodios más trágicos de la historia británica. La caballería cargó contra una multitud que exigía la reforma parlamentaria y la extensión del derecho a voto, un movimiento pacífico pro-democracia en el que la clase obrera luchaba contra los privilegios de las clases más acomodadas. La brutal represión producida en este sangriento episodio dejó un saldo de 15 personas muertas, además de contabilizarse cerca de 700 herido [Sensacine]

Análisis
Mike Leigh nos entrega una obra profundamente personal acerca de una manifestación pacífica que desembocó en masacre en la ciudad de Manchester, en 1819. Desde el inicio del filme, Leigh establece un marcado contraste en la sociedad británica: tras la victoria de Waterloo, el Parlamento concede más privilegios al Duque de Wellington; paralelamente, uno de sus soldados en Waterloo, Joseph, regresa a casa en Manchester, tras un viaje de penurias y desorientado. Junto a un Joseph ido que no volverá a ser el mismo, entramos en contacto con su familia y la clase trabajadora inglesa. Como las condiciones laborales de aquellos británicos, el regreso al hogar de Joseph resulta surrealista. El filme se recrea en mostrarnos minuciosamente los aspectos de la vida de los humildes: el ir y venir de trabajar, las compras en el mercado, la subida de precios… Pronto se revela como una cuestión compleja -o quizá no tanto-; cómo funciona la economía, que si los terratenientes y los políticos, que si las leyes del maíz y las malas cosechas… todo influye en la subida del pan. Por otro lado, los jueces y las familias nobiliarias, representantes, según sus palabras, de la «la mano dura de la ley».
Leigh cimenta una historia de alcance universal pero con unas connotaciones muy particulares en la Inglaterra de 1819: la lucha por mejorar las condiciones laborales, «un hombre, un voto» y el gozar de verdadera representación en Londres no suponen una realidad abstracta, sino muy concreta, que enlaza con «tecnicismos» pertenecientes a la Carta Magna inglesa y las Declaraciones de Derechos previos, de 1689. El director tiene claro su propósito, y no es el de «entretener» al espectador durante sus dos horas y media de metraje. Pretende, de manera didáctica, describir la batalla por mejorar las condiciones sociales durante el siglo XIX, así como condenar la masacre de Peterloo. Para ello, no escatima en reiterativas escenas de discursos, de discursos demasiado extensos, pronunciados por uno u otro personaje ante diferentes audiencias. Poco le importa a Leigh pues quiere que su mensaje cale por activa y por pasiva, pero la excesiva duración que el filme concede a los discursos resulta agotadora. De esta manera, es una película demasiado teatral en determinados momentos, con escasos diálogos de enjundia y muchos monólogos. Por supuesto, la intención de establecer una conexión entre el discurso social del siglo XIX y nuestro presente es más que evidente.
Tampoco escatima esfuerzos en mostrar con todo lujo de detalles la manifestación. A través de un estilo hiperrealista, la película nos muestra la manifestación desde todos los ángulos posibles, con un tono profundamente descriptivo que recoge los preparativos, la distribución, las pancartas, el recorrido hasta el destino final, los temores e ilusiones. Resultan muy divertidos los comentarios acerca de que no se oye nada desde los puntos alejados del orador y las conversaciones entre manifestaciones. Leigh podría haber sacado mucho mayor partido a la cuestión dramática, hilando tramas con los periodistas (meros pegotes), los manifestantes radicales (que al final no hacen nada), los militares (que no dudan de su labor) y los trabajadores. El único personaje de cierta enjundia -además real, no ficcionado- es el político Henry Hunt, favorable a los trabajadores y orador en Peterloo. Los demás no cuentan con personalidad propia, sino que son una pieza más de su grupo social y actúan de idéntica manera a sus semejantes, sea entre los Jueces, el Ejército o la clase trabajadora. Tampoco se profundiza en absoluto en la familia real británica, quedando su Alteza real como un egoísta despreocupado. Quizá sea una pena que no optase Leigh por dar mayor profundidad dramática, pero ha optado por este estilo descriptivo con finalidades pedagógicas.

Cabe resaltar, a pesar de todo, el gran valor de la película como medio para acercarse a los primeros reformistas del siglo XIX, a las primeras demandas de la clase trabajadora que supondrían la cantinela de toda Europa hasta el siglo XX. Aparecen además la pluralidad de posicionamientos frente las pésimas condiciones: radicalismo o prudencia, continuar o no una huelga, cargar contra los políticos o los burgueses, confiar o no en nobles favorables a la causa. En todo caso, quien desee presenciar tan singular acontecimiento que se prepare para dos horas y media de discursos.