
Formato: Miniserie
Año: 2020
Director: Mariano Barroso
Reparto: Àlex Monner, Antonio de la Torre, Enric Auquer, Anna Castillo, Patrick Criado, Asier Etxeandia, Patricia López Arnaiz, Emilio Palacios
País: España
Capítulos: 6
Duración del capítulo: 45 min
Género: Thriller
Época histórica: País Vasco, 1960
Puntuación: ★★★☆☆ (Buena)
Sinopsis
El 7 de junio de 1968, el líder de ETA, Txabi Etxebarrieta, cruzaba «la línea invisible» asesinando a la primera de las 853 víctimas de la organización terrorista, el guardia civil gallego José Antonio Pardines, de sólo 25 ańos de edad. Pocas horas después, el propio Txabi Etxebarrieta era abatido en un enfrentamiento con la guardia civil, convirtiéndose así en el primer terrorista en matar y el primero en morir en la historia de ETA. Tras la muerte de su líder, los compañeros de Txabi decidieron vengarle asesinando a su principal perseguidor, el inspector Melitón Manzanas. No eran conscientes de que estaban a punto de abrir un camino plagado de dolor y venganza, de miedo y terror, que marcaría los siguientes cincuenta años de la historia de España -sinopsis oficial de Movistar-. [Filmaffinity]

Análisis
Es posible que nunca hubiese habido tanta expectación por un drama sobre ETA como el que ha generado La línea invisible, la miniserie producida por Movistar. En esta ocasión, se ha optado exclusivamente por narrar los orígenes del grupo terrorista, es decir, lo referido a unos pocos años de la década de 1960: desde los primeros petardos «inocentes» hasta las muertes del guardia civil José Antonio Pardines y el inspector Melitón Manzanas en 1968. La opción elegida ya supone inicialmente un buen punto de partida, tanto por su originalidad como por la necesidad: sabemos de sobra que ETA asesinó a casi 900 personas entre 1968 y 2012, pero para muchos resulta un enigma quiénes fueron los primeros en apretar el gatillo, y por qué.

En este sentido, La línea invisible cumple con su objetivo de humanizar a aquellos primeros terroristas en 1960. Efectivamente, no eran monstruos, sino seres humanos. Los jóvenes Txabi y José Antonio Etxebarrieta -como los demás- vivían con su madre, tenían sus virtudes y defectos, sus aficiones, y libremente optaron por matar porque lo consideraron el camino más eficiente para obtener un fin. La serie muestra adecuadamente, y esta es su principal virtud, la enorme gama de matices dentro de ETA: no todos querían matar, quienes lo deseaban tampoco lo tenían tan claro, unas voces se oían más que otras y, por supuesto, quienes mataron sabían perfectamente lo que hacían. ¿Cómo se pasa de poner petardos o insultar a «los grises» a arrebatar la vida a un hombre? De eso van los seis capítulos de la serie, de cómo unos jóvenes indignados leen a Marx y sueñan con emular la guerrilla de Argelia. Es correcto afirmar que la serie salda con éxito su interés por humanizar a estos primeros terroristas.
Por desgracia, hay cierto desequilibrio en La línea invisible. A efectos narrativos, es un acierto colocar a un mismo nivel dramático al terrorista Txabi Etxebarrieta y al inspector Melitón Manzanas, y huelga decir que las interpretaciones de Àlex Monner y Antonio de la Torre son magistrales. Pero si Txabi es un personaje verosímil, Melitón no lo resulta tanto. Los esfuerzos por humanizar a los jóvenes etarras no son correspondidos por la humanización -y comprensión- de las fuerzas del orden público. Si había pluralidad de ideas en el seno de ETA, no digamos en el franquismo, pero tan solo se nos muestra la parte torturadora y represora de la brigada político-social. Se me argumentará que Melitón “era así”, y no digo que no lo fuese, esa fue la realidad, pero no vemos a su lado personajes que ejerzan un contrapeso: su ayudante tortura, en la comisaría son corruptos y no hay un solo personaje favorable al régimen digno de admiración.
A efectos narrativos, incluso se podría haber sacado mucho más provecho al guardia civil José Antonio Pardines, primera víctima de ETA. No resulta del todo verosímil -en una serie donde él juega un papel tan relevante- que no aparezca hasta el cuarto capítulo, de un modo además caído del cielo, en una subtrama particular que solo en el último momento se entrecruza con Etxebarrieta. Dado el escaso peso -narrativo- de Pardines, la disyuntiva parece clara: ETA o Melitón (o el apoliticismo de una madre). Lo mismo puede decirse del clero vasco: sabemos que no todos apoyaron a ETA, pero no vemos un solo sacerdote -y seminaristas- en la serie que no colabore con los jóvenes etarras cediendo locales, proveyendo recursos, mintiendo a las fuerzas de seguridad o escondiéndolos.

Quizá por ello cojee la visión ofrecida al espectador sobre la banda terrorista. Hay cierto debate sobre si la serie pretende o no blanquear a ETA, y yo me inclino por el NO: queda claro que, siendo libres, decidieron matar inocentes cuando no debían. Pero, eso sí, puede dar la impresión de que sus reivindicaciones eran justas y legítimas. Uno puede pensar que fallaron en los medios, pero el fin era decente. Si solo observamos torturas, violencia y represión, ¿no era legítima su reivindicación de liberar el País Vasco del régimen de Franco? Y es ahí donde se resquebraja La línea invisible, en no hacer un esfuerzo similar por comprender los defectos y virtudes de la compleja naturaleza del régimen. Lo cual tampoco equivaldría a justificarlo.
Por lo demás, se advierte un gran esfuerzo por recrear la España de los años sesenta, a pesar de la limitación de recursos. Se solventa con dignidad, mas a veces chirría la repetición de escenarios y observar los coches pasar por las mismas curvas en la carretera. Aun así, es un producto muy digno La línea invisible, pues se sigue con interés la paulatina evolución de aquel embrión de ETA, y muestra acertadamente el dolor que supone un atentado, el dolor que supone arrebatar la vida a un ser humano.