«Para nada interesa una introspección de Rodrigo Díaz de Vivar […]. La fuerza dramática que podrían poseer sus personajes femeninos se difumina por culpa de un feminismo rancio»

Formato: Serie
Año: 2020
Director: José Velasco (Creador), Luis Arranz (Creador), Adolfo Martínez Pérez, Miguel Alcantud, Marco A. Castillo, Arantxa Echevarria
Reparto: Jaime Lorente, Carlos Bardem, Elia Galera, José Luis García Pérez, Alicia Sanz, Francisco Ortiz, Juan Echanove, Juan Fernández, Ginés García Millán, David Castillo, Lucía Díez, Lucía Guerrero, Nicolás Illoro, Zohar Liba, Jaime Olías, Álvaro Rico, Adrián Salzedo, Daniel Albaladejo, Daniel Tatay, Amr Waked, Pablo Álvarez, Emilio Buale, Sara Vidorreta, Rodrigo Poisón
País: España
Temporadas: 1 (5 Capítulos)
Duración del capítulo: 60 min
Género: Drama | Acción
Época histórica: Siglo XI
Puntuación: ★☆☆☆☆ (Mala)
Sinopsis
La trama tiene lugar en el siglo XI, una de las épocas más fascinantes de la historia de España, donde cristianos, árabes y judíos convivieron en la Península Ibérica, enfrentándose en guerras y/o forjando alianzas. Una historia de aventuras, amor, intriga, traición y lucha entre quienes ostentan el poder y quienes poseen la auténtica autoridad. [Filmaffinity]

Análisis
La producción seriada más cara de la ficción española no está a la altura del personaje del Cid; mejor dicho, no está a la altura de la época de El Cid. Es triste cómo la serie mira a la Edad Media, cómo entiende el corazón humano, y cómo pretende saciar los instintos más básicos del espectador obviando su inteligencia. A efectos dramáticos, bien podría la serie llevar cualquier otro título, pues El Cid aparece y desaparece al antojo del guionista, para nada interesa una introspección de Rodrigo Díaz de Vivar, no interesa aclarar el misterio en torno a quién era este personaje ya legendario, se pasa de largo por sus motivaciones, sus sueños, su psicología y su nobleza -o falta de ella-, si acaso una pincelada de vez en cuando para justificar la contratación del actor protagonista, Jaime Lorente.
Porque la serie va de otras cosas, y esas otras cosas son la corte del rey Fernando de Castilla, casado con Sancha de León, una corte -y una familia- corrompida por el poder. La serie ofrece una mirada malsana y turbia, presenta una sociedad hipersexualizada -un tono sexual impregna el ambiente, haya o no sexo explícito-, presenta un concepto pobre y ruin del ser humano, no hay un solo personaje virtuoso, nadie se salva de la inmoralidad. Todos se guían el mismo móvil inmoral: la ambición desmesurada por la corona. No hay espacio para los afanes nobles, para la virtud, para la lealtad desinteresada.

El Cid no es más que un intento de Juego de tronos a la española, la guerra por el poder en el reino de León del siglo XI, con invitados aragoneses y musulmanes como relleno. Cuánto daño ha hecho Juego de tronos, además de series como Los Borgia y las producidas por HBO Los Tudor y The White Queen. A todos los personajes les guía la ambición desmesurada por el poder, la cultura de la sospecha, la hipocresía y las mil caras, las alianzas y traiciones, la conspiración como forma de vida. Sinceramente, resulta muy difícil identificarse con tales personajes. El rey Fernando y la reina Sancha, sus hijos Sancho, Alfonso y Urraca, el conde Flaín y Orduño, el obispo… son personas corrompidas, destrozadas por dentro, únicamente capaces de seguir sus instintos y sin posibilidad alguna de escapar del círculo vicioso en el que se hallan.
Por supuesto, huelga decir cuán triste es la mirada que arrojan sobre la Edad Media española. Independientemente de los aciertos o desaciertos acerca de los hechos históricos concretos, nos presentan un mundo cruel, frío y salvaje. El honor no aparece salvo en alguna frase decorativa, no queda claro qué significa ser nombrado caballero, y sabemos que León era un reino cristiano porque a veces sus reyes pasean por la iglesia y algún escudero se santigua antes de entrar en combate; por lo demás, parece que sus creencias no afectan a su vida diaria. Ah, bueno, también se menciona a Roma para referirse al todopoderoso papado, al que no conviene molestar para que sancione las bulas regias y matrimoniales. Luego mucho tópico en torno a la supersticiosa y corrupta Iglesia.

Hay mucha ficción en El Cid, mucha «licencia histórica» y muchos hechos cuestionables, mas esto no es -no debería ser- un problema. Poco se sabe de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, especialmente de su primera época, de tal modo que es legítimo ficcionar aquellos hechos y ofrecer una perspectiva coherente, fruto de la imaginación. Es lícito reconstruir cómo pudieron ser aquellos hechos a la luz de la creatividad. El problema es que la reconstrucción no casa -ni de lejos- con la mentalidad de aquel tiempo, no casa con la «manera de vivir y de pensar» de la Europa del siglo XI.
Porque qué cabe duda de que El Cid es hijo de su tiempo, qué duda cabe de que este producto solo podría haberse filmado en el año 2020. La fuerza dramática que podrían poseer sus personajes femeninos se difumina por culpa de un feminismo rancio, de martillear con el victimismo de haber nacido mujer, rabietas porque las leyes machistas no permiten a una mujer ocupar el trono y lamentos porque los hombres solo buscan lo que buscan. Eso sí, a la vez que se critica el supuesto machismo medieval y se reclaman los derechos de la mujer, no hay reparo alguno en recrear un harén con todo lujo de detalles y en pintar a Amina de la manera más «machista» posible: un personaje que solo sirve para mostrar cuerpo y acostarse con Ruy, muy feminista todo.

La reina Sancha quiere el poder a toda costa, pero nunca sabemos porqué. ¿Cuáles son sus ideas políticas? ¿Cómo concibe el reino de León? ¿Qué espera hacer en su gobierno? De igual manera, Urraca se siente víctima por nacer mujer y se expresa en nombre de todas las mujeres de su época, pero es incapaz de empatizar y mostrar sentimiento alguno por quienes le rodean (incluyendo a sus damas en la corte). Sancho es un tipo solitario supuestamente cómodo en su papel de heredero, Alfonso parece que se siente envidia, pero no tenemos del todo claro porqué, y parece que algo le pica pero narrativamente nunca se rasca, y los pocos comentarios de los demás pajes y escuderos son siempre chistes sexuales. Orduño odia a ratos a nuestro protagonista, pero tampoco le hace vida imposible ni trama nada contra él, de modo que su antipatía solo sirve para que dar lugar a alguna escena de gallitos de vez en cuanto, pero no se hila trama narrativa alguna. Por eso no resultan creíbles los personajes, por eso se desgastan la boca en amenazas y conspiraciones, pero no es verosímil su comportamiento.
Respecto a los personajes musulmanes y a la ciudad de Saraqusta (mal llamada Zaragoza de manera anacrónica), apenas suponen un relleno exótico. Ni tan siquiera se plantea el filme un intercambio cultural entre cristianos y musulmanes, ni de lejos se vislumbra un contraste entre ambas religiones, un diálogo rico acerca de diferentes visiones de la vida, para nada. ¿Cómo va a tener cabida en medio de la cultura de la sospecha donde todo es poder y sexo? Lo único salvable son las magníficas secuencias de acción y la recreación de las batallas. Ahí es donde realmente se nota el alto presupuesto de la producción, y las cargas de la caballería y los combates a espada son verdaderamente espectaculares. Un par de oasis en el desierto, un par de escenas en medio de la deficiente maraña que es la trama de cada capítulo. Por ello, ni de lejos se acerca a una digna reconstrucción histórica. Quien vibre con las conspiraciones para obtener el poder y un alto contenido sexual, adelante.